martes, 22 de marzo de 2011

CARNAVAL DE SAMANÁ

La historia del carnaval se inicia con la ocupación de la isla por parte de los españoles, quienes instauran una cultura católica europea en la que el carnaval se entiende como una liberación de las apetencias carnavales del individuo, permitida por la Iglesia antes del tiempo de la cuaresma, donde los católicos sufren el período de abstinencia casi total de los placeres de la carne.
Este es el conocido carnaval de carnestolenda que se une y se mezcla a las tradiciones de la cultura africana que traen los esclavos del nuevo imperio español y que se manifiesta a través de esa fiesta permitida por la Iglesia, a través de la “Bula transitorium” del papa Pablo II.
La mezcla de culturas hace que la Iglesia sea más permisiva en esta tierra nueva, y mientras en Europa las hogueras de la inquisición ardían con la carne de los herejes, es esta isla, al final de las procesiones religiosas de permitía a los esclavos negros adorar al Cristo católico a “su manera”, con sus tambores y disfraces, o sea, haciendo uso de los rituales de otras culturas.
En aquellos tiempos de la sociedad colonial la elite celebraba bailes en las Capitanías de las Casas Reales, los estudiantes de la Primera Universidad de América (Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD) hacían recolectas durante todo el año para organizar bailes de carnaval y la gente en las calles se divertía con los “ojos de cera”, que son las cáscaras de los huevos, vaciadas de su contenido y rellenadas de agua perfumada tapadas con cera. Se organizaban guerras de “ojos de cera” entre gente que salía con macutos a tirar los huevos y otros desde sus casas que hacían los mismo.
En Santo Domingo, el Club Unión tomaría el liderazgo de lo que en 1908 sería considerada como una “nueva forma del carnaval”, en opinión de las revistas La Cuna de América, que entendía que el evento de ese año, en cuanto a la parada de carrozas y de coches, había sido “una verdadera lección de estética, ofrecida a los ojos populares cansados ya de nuestras mascaradas sin ingenio ni belleza.
Con el ingreso del país a la era del automóvil, la importancia de los corsos floridos aumentó. Automóviles, camiones y coches eran decorados con esmero por los diferentes clubes sociales, por grupos de particulares y por algunas empresas que aprovechaban la ocasión para algunas empresas que aprovechaban la ocasión para promover sus productos en medio del jolgorio carnavalesco. Estos desfiles constituían la culminación de las fiestas y en ellos se “jugaba” al carnaval, expresión ésta empleada para indicar la batalla de confetis, serpentinas y flores que se entablaba entre las comparsas y de éstas con el público.
Durante el carnaval de 1910, fuera del corso florido que recorrió las calles de la ciudad, se realizó un desfile fluvial por el río Ozama con lanchas, botes y vaporcitos engalanados librándose los consabidos intercambios y con la premiación para los mejores.
De este modo, fue bifurcándose por rutas sociales: una carnaval de la elite dinamizado por los clubes sociales, enmarcado en sus exclusivos salones y del cual el pueblo resultaba un espectador, y otro popular, que tomaba por escenario los barrios, que tomaba por escenario los barrios, con salidas de diablos y otras máscaras, con la realización de competencias tradicionales, con bailes en las calles y retretas en las plazas.
Así pues, la sociedad americana celebra de forma festiva todas aquellas manifestaciones religiosas que en Europa merecen del mayor recogimiento y respeto, y todo eso es fruto del mestizaje de las razas y culturas.
No hay una isla que tenga una identidad en términos de máscaras más profunda que la nuestra. Todos sabemos que los pañuelos representan la cultura africana, que los caracoles representan a Puerto Plata, que las máscaras que tienen varios trajes pertenecen al carnaval de la capital. En fin, cada región tiene su propia identidad, en máscaras y personales, en el carnaval.
Cada región del país tiene se propia forma particular de celebrar el carnaval, aunque todas se hace el ritmo constante de nuestro merengue y con la alegría y el sabor de nuestra gente y de nuestras culturas.

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